Escribo hoy en la categoría «Inquietudes y desazones» porque es lo que me hace sentir el descrédito de la palabra en favor de la imagen. Veo escritores aparentando lo que no son, construyendo una imagen en las redes que no se corresponde con la ínfima calidad de sus libros. El verdadero producto editorial no es su obra, sino su propia figura mediática sobredimensionada.
Sé que hablar de calidad literaria en ciertos círculos y hacer distinción entre las obras de los escritores del pasado y del presente o entre una generación de escritores y otra, es encender un polvorín cuya explosión se alarga indefinidamente. Es un tema muy sensible.
El término (calidad literaria) para muchos ya es obsoleto y critican a quienes lo usan, empero sigue teniendo significancia para otros. Para mí es un absurdo tirar toda la literatura en un mismo saco, del que elegir sólo guiados por el gusto del momento.
Aclaro, antes de continuar, que cada vez que mencione (más adelante) la lectura, me refiero a la de obras que perduran, novelas que estremecen al emplear todo el poder y la intensidad de la palabra, que afectan al lector al hacerle entender mejor el mundo, esas que releemos, que recordamos con cariño en diferentes etapas de nuestras vidas, de las que aprendemos siempre algo nuevo, esas que nos hacen sentir que hemos descubierto un tesoro.
No está incluída la distracción superficial que ofrece: la novela rosa de bolsillo; la literatura de quiosco; los libros concebidos para el entretenimiento juvenil «tipo historia de vampiros», que luego se convierten en series de televisión o son llevados al cine; los de autoayuda y todas las ofertas poco literarias que inundan el mercado.
Se lee, pero…
La lectura marca tu vida, quién eres, tu forma de ser. Nos hace sentir parte de algo, vivos, conectados, libres… Por eso es triste constatar que el libro ha perdido su magia y que aquella conciencia o memoria cultural que nos impedía dar la espalda a la realidad ya no existe. Vivimos en un «páramo de amnesia», donde el frío de lo banal lo cubre todo.
Se lee más que nunca, pero los elevados pensamientos de los grandes escritores que nos llevaban a reflexión, se han sustituido por el «mariposeo» en las redes. Hay toda una generación dedicada a este placer efímero.
La atención la acaparan las pantallas. Predomina la imagen y el sonido sobre la palabra. Calidad y sensibilidad son cosas del pasado, porque lo que demanda la frenética vorágine de nuestro tiempo es el entretenimiento frívolo y fugaz.
La mejor máquina para leer siempre será un libro. Asimismo la lectura detenida y extensa siempre será la que mejor forma los hábitos lectores. ¿Es tan dificil entender esto? Tal vez sí y mis ideas sean tan obsoletas como lo es el concepto de «calidad literaria» para muchos.
«Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida». (Mario Vargas Llosa)
Recuerdo cuando me veían como la «chica rara» por andar siempre con un libro y preferir la lectura a otras actividades. La mayoría de mis compañeros de entonces no eran ávidos lectores, pero sí buenos narradores con una imaginación fértil.
En mi casa apenas se leía el periódico. La literatura me salió al paso de la mano de una niña de mi edad, mi vecina, y desde entonces mi mejor amiga. Ella me introdujo en la magia: juntas descubrimos «La edad de oro» de José Martí; «Oros viejos» (libro de leyendas recopiladas por Herminio Almendros); «Corazón» de Edmundo de Amicis, con el que llorabamos a mares; entre otras joyas.
Otro gran descubrimiento fue la enciclopedia «El tesoro de la juventud», con la que el pasado venía a nosotras y nos invitaba a un viaje hacia el conocimiento. A través de sus tomos fui consciente por primera vez de la maravillosa realidad que me rodeaba. Mis partes preferidas eran: «El libro de los porqué» y «Cosas que debemos saber».
Disfrutábamos de la lectura de libros selectos, alejadas de todo en la vieja casona de su abuela. Allí el ritmo al leer se hacía más lento, sin ninguna prisa, imaginando, reflexionando… Era una lectura profunda y enriquecedora. Nos creíamos amigas del autor y de los personajes, que se mezclaban en sueños con nuestros propios recuerdos.
En esas horas dedicadas a la lectura nos desprendíamos de la piel de la rutina diaria y nos transportábamos a otros mundos y a otras épocas, reíamos y llorábamos con las hazañas o las desventuras de nuestros héroes, levitábamos… creíamos en imposibles.
La Biblioteca y las librerías formaban parte de nuestro recorrido habitual. Si cierro los ojos y evoco las tardes en la Biblioteca, aún puedo sentir «aquello» que la hacía un sitio único, mágico, sagrado…
Poco a poco aprendimos a disfrutar la lectura en cualquier sitio en que nos encontraramos. En vacaciones nos íbamos de viaje con más libros que ropa en la maleta.
Otro gran placer de aquellos días eran los cantos infantiles y los cuentos populares. Años más tarde veíamos los cuentos clásicos en el cine, pero éste nos privaba de todo lo que la lectura nos permitía imaginar, de nuestra propia interpretación.
El nuevo lector
En el mundo vertiginoso de hoy casi nadie tiene deseos de sumergirse en una lectura reflexiva y en silencio. Los buenos lectores (por lo general personas perspicaces y observadoras) se están agotando. Son vistos como «lectores prehistóricos» por lo lejano que se siente el tiempo en que se disfrutaba de la buena literatura.
Ahora hay un lector nuevo, que no lee libros, ni lo ha hecho antes. Fascinado con la tecnología, vive enganchado a la red y sólo lee en ella. Le cuesta discriminar entre toda esa información que consume a diario y no entiende todo lo que lee.
Se acostumbró al «mariposeo cognitivo» y anda picoteando información de aquí y de allá, sin ningún esfuerzo de concentración, chateando, jugando en línea…
Su pasividad es pasmosa. Internet viene siendo una prolongación de su propio cuerpo y su cerebro se entumece cada día más, al renunciar a las funciones que este sistema hace por él.
Carente de una formación lectora, no sabe orientarse entre la gran diversidad de juicios posibles y tomar posición en base a una opinión personal bien formada e ilustrada.
Muy pocos de estos lectores han participado de la lectura en voz alta en la escuela, no memorizaron poemas, no recitaron y son incapaces de contar una historia con sentido. Al escribir en las redes, lo único que tienen presente es la rapidez, por lo que en sus textos predominan las abreviaturas, ausencias de signos de puntuación, emoticonos, etc.
Otros equiparan la literatura a simple información, por lo que su conocimiento de las grandes obras, es sólo lo que pueda contener una síntesis sencilla, clara y amena. No son capaces de leerse un libro de cabo a rabo. Es una pérdida de tiempo para ellos. Sin embargo, ese pragmatismo no comulga con la literatura.
Y los hay que son lectores de solapas, cuyo «plato preferido» es ese breve contenido , el cual luego presumen ante un público, tratando de enarbolar una imagen de intelectuales.
«Nunca tanta información ha generado menos conocimiento» (George Steiner)
Hoy se lee más que nunca (en las pantallas), pero muchas veces sin comprender lo que se lee. Se debería exigir la competencia lectora en los ciudadanos. Un lector crítico que sea capaz de leer diferentes tipos de textos y discriminar la abundante información que se le ofrece a diario en distintos soportes.
En nuestro día a día nos llega una explosión de contenidos que nos satura y cada vez sabemos menos cómo dominarlos, cómo separar el trigo de la paja. Inundados de información padecemos, a la vez, déficit de conocimiento.
Para acceder al conocimiento y a la cultura en general es condición esencial conocer el lenguaje, sus formas, sus reglas y sus múltiples posibilidades de expresión. Al igual que para saber «qué decir» y moverse libremente en la sociedad. Sin embargo muchos no logran una comunicación eficaz, debido a que no dominan la lengua. Y es más difícil aún si en su pequeño círculo virtual se entienden entre sí, sin mucho esfuerzo.
La mayoría de usuarios de la red «lee» rastreando (saltándose párrafos o bloques de información). No se lee palabra por palabra en una página, sino que se buscan pistas sobre el contenido, por lo que el comienzo de los párrafos ha adquirido una importancia especial a la hora de redactar un texto en pantalla.
No se puede obligar a este tipo de lector a seguir nuestro proceso de razonamiento siguiendo un orden lógico. Hay que ponérselo fácil. Es imprescindible empezar con las conclusiones, o al menos la idea principal para poder retener a este escurridizo lector de hoy.
Pasividad que lleva a la estupidez
La televisión absorbe la atención y actúa como una droga. La mayoría de los programas ofrecen un entretenimiento burdo que es totalmente efectivo para la conversión diaria de la gente a la estupidez.
Quienes no satisfacen sus necesidades de fantasía mediante los libros antes de ver televisión y navegar por la red no desarrollan costumbres lectoras firmes. Y llega un momento en que se hunden en una cultura visual ágrafa.
La internet nos permite el acceso a la información y es difícil sustraerse al milagroso clic, que en segundos recaba la información que buscamos. Pero ese archivo infinito, aunque es de gran utilidad, produce vértigo y nos vuelve perezosos.
Como bien dice la escritora, Ana Maria Machado: «No es una forma de adquirir sabiduría. Para la transmisión de la sabiduría se exige otro proceso, en el que decidir no depende de una opción entre otras del menú, de una preferencia por «esto o aquello», sino de la comparación entre «esto y aquello», con análisis de argumentos, oposición de contrarios, complementación de divergencias, encadenamiento lógico que lleve a conclusiones, etc».
En fin, un proceso complejo que se construye al contacto con la literatura, «con textos capaces de emocionar estéticamente, de discutir valores y llevar a opciones morales». Ese continuo análisis y complejidad es lo que hace que se relegue la lectura ante otras actividades más pasivas.
La literatura nos enseña cómo pensar mejor
Según el escritor alemán, Dietrich Schwanitz: «sólo la literatura nos permite experimentar cosas y observarlas al mismo tiempo; sólo ella nos enseña algo acerca de las ambivalencias, las paradojas y las consecuencias que comporta violar un tabú; sólo ella nos permite enlazar el punto de vista interior y el punto de vista exterior».
Otro escritor, el escocés Samuel Smiles decía algo maravilloso: «El libro es voz viviente, una inteligencia que nos habla y que escuchamos». Por tanto debemos dedicarle tiempo. Una novela, por ejemplo, no se lee para informarse rápidamente de su contenido. Se lee íntegra, sin resumir, sólo por el goce que representa abandonarse a su lectura. Dejándose deslumbrar, pacientemente, poniendo toda la atención, reflexionando…
No contribuye a la formación de lectores exigentes la gran cantidad de libros que se publican de escritores impacientes, que escriben rápido, con escasez de recursos literarios, buscando el éxito cuanto antes. Sus libros impactan poco la vida de las personas que se interesan por leerlos.
¿Cómo será el pensamiento que genere esa literatura? Indudablemente no tendrá mucha consistencia. De cualquier modo, para quienes se inician en la lectura, es mejor leer estos libros de lectura sosa y rápida a no leer nada, pues así van creando el hábito, hasta poder apreciar obras más complejas y enriquecedoras.
La lectura literaria de calidad es formativa. Uno puede encontrar muchos saberes en una sola novela. En Robinson Crusoe, por ejemplo, encontramos saberes técnicos, de historia, geografía, botánica, antropológicos…. En las novelas de Julio Verne, los viajes extraordinarios, no sólo despertaron el interés por la ciencia en los jóvenes, sino que los formaban en valores como la solidaridad, la fraternidad y la justicia.
«La literatura es un lujo de primera necesidad» (Antonio Muñoz Medina)
La literatura nos enseña a observarnos a nosotros mismos y a los demás. A partir de la lectura de cada libro surge una conexión con nuestras experiencias personales que conforman la parte del mundo que cada uno ha de descubrir por sí mismo.
Es importante defender el valor del tiempo que una persona dedica a comprender la situación de un personaje de un cuento, de una novela, a las emociones que le suscita o el tiempo que se deja embriagar por una poesía. No hay mejor manera de entender la comedia humana de la que somos actores.
¿Qué mejor manera de entender la complejidad de los hombres que leyendo a Dostoyevski; o los mecanismos de la vida social leyendo La guerra y la paz, de Tolstoi; o la lógica de las costumbres humanas que nos permite entrever Balzac en el colosal compendio que es La Comedia Humana?
Yo me pregunto: ¿Cómo van a estar alertas nuestros jóvenes ante la realidad circundante? ¿Cómo se darán cuenta de que son manipulados, al igual que se manipula la verdad por parte de los poderes constituidos? ¿Cómo van a estar lúcidos, si viven presos de la ficción de las pantallas?
¿Dónde van a adquirir la sensibilidad necesaria para detectar las raíces de la crueldad y la violencia que puede desencadenar el ser humano y la que se requiere para indignarse por la injusticia y entusiasmarse por ideales elevados?
Nuestro sentido de la realidad descansa en el hecho de que compartimos el mundo con otros y en supuestos básicos comunes sobre ese mundo. Es por eso que, cuando no contamos con estas bases, nuestra percepción de la solidez del entorno y la propia identidad se fracturan.
La memoria cultural es uno de esos supuestos y es nuestra herencia común. Todo un conjunto de historias y elementos que dan cohesión a la sociedad. El que renuncie a ella, perderá su identidad, no sabrá quién es. Se moverá en su propia cultura como un extranjero. Tal vez sea ese el destino que nos espera: deambular por el mundo, dando la espalda a un magnífico legado y sin saber quiénes somos.
Mmm…en la misma proporción de acuerdo y en desacuerdo…el libro es insustituible, pero diferenciar el tipo de lectura respecto a la profundidad del ser me parecio un poco «clasista»…Leer es una maravilla, pero no leer determinada lectura, no me gustaron nunca los clásicos , y eso me hace menos lector? Menos pensante, menos eesolutivo, menos incorforme? Me parece que todo sirve, porque incluso para apreciar la diferencia habría que leer lo «superficial», creo que cada uno tendria que buscar su respuesta en donde sea, mientras le satisfaga…hay jóvenes brillantes que quizá nunca leyeron la «profundidad » de los ilustres ,sin embargo no le quita brillantez, coincido que leer es sublime, no tanto enque tipo de lectura…igual seria mas larga la «charla»…pero no hay un café en común…Siempre es un placer leerte…gracias❤
Gracias por pasar y comentar, Mario. También es un placer conocer tu opinión.
Mi escrito no se centra en motivar a leer a los clásicos (ni siquiera uso la palabra), sino para destacar la importancia de discernir con buen criterio a la hora de elegir una lectura, porque para mí el tipo de lectura sí importa. No todo lo que se ha escrito es digno de leerse. Claro que, éste es sólo mi punto de vista y sé que no coincide con el de muchos.😉
Si te fijas, al inicio hice una aclaración sobre cuál era la lectura a la que me referiría en todo el escrito y no me circunscribo a las grandes obras de la literatura. No excluyó a los bestseller, ni a los autores autopublicados.
Sé muy bien que la percepción de calidad literaria es un elemento subjetivo y hay muchos gurús culturales repartiendo patentes de calidad y al final es el lector el que decide. Es ese lector el que me interesa. No he dicho que alguien sea menos lector que otro. Todos somos lectores, incluso ese lector nuevo que describo. También el que sólo lee solapas. Pero sí es importante ser un lector crítico para poder guiarte entre tanto contenido. Y para serlo necesitas el contacto con la lectura literaria.
Como profesora, aunque ya no ejerza la profesión, no puedo evitar pensar en los niños y jóvenes que se inician en la lectura. Y, si estamos tratando de formarlos en valores, si queremos despertar su sensibilidad y que puedan tener criterio propio… entonces el tipo de lectura sí importa.
Me he extendido un poco… 😄 En fin, sólo quería decirte que no me limito a los clásicos. En mi cuenta de Instagram he comentado varias veces la calidad de algunos libros publicados por autores noveles, que han llamado mi atención.