En Cuba hay una ciudad que enamora al visitante y lo deleita desde su llegada. Es Camagüey, la legendaria ciudad de los tinajones, urbe vetusta y fascinante, culta y solemne.
Orígenes
Fue fundada con el nombre de Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, el 2 de febrero de 1514 por el colono español Diego de Ovando, siguiendo órdenes del Gobernador General Diego de Velázquez, justo en el lugar donde Colón había plantado una cruz el 18 de noviembre de 1492. En 1516 mudaron la villa a mejores tierras en el cacicazgo de Caonao.
Luego, en el año 1538 esta fue quemada por los siboneyes (indígenas de la isla), en respuesta a los abusos de los colonizadores. Estos últimos huyeron al cacicazgo de Camagüey, cuyo cacique Camagüebax era cordial con ellos, y allí se establecieron. En estos años la población indígena fue casi exterminada y se trajeron esclavos africanos para trabajar la tierra.
En 1616 esta villa también fue incendiada por indígenas fugitivos y esclavos cimarrones. Los archivos del ayuntamiento y de la parroquia fueron quemados, así como la colección de arte indio y colonial que el escribano de la villa, el canario Silvestre de Balboa Troya y Quesada había destinado al museo de El Escorial en España. Por suerte, la primera obra literaria de la mayor de Las Antillas, un poema épico o más bien una crónica rimada, escrita por él mismo en el 1608 no sufrió daño.
Esta fue una etapa de asaltos al archipiélago antillano de piratas, corsarios, bucaneros y contrabandistas, lo que se refleja en este primer poema, de gran valor histórico, que muestra las peculiaridades que nos distinguen como criollos primeramente y luego como cubanos.
«Si tomas agua de tinajón, regresas a Camagüey»
Pasado un año del incendio, la villa se volvió a levantar. Fue entonces que se empezó a fabricar el famoso tinajón camagüeyano, el cual tiene sus antecedentes en la vasija andaluza hecha por alfareros del sur de España asentados en Puerto Príncipe.
Como el agua era escasa en la región había que recoger la que caía del cielo . Era una necesidad de vida o muerte. El modelo que luego se convertiría en el clásico tinajón camagüeyano, tenía una panza voluminosa y cresta destacada. Se usaba para almacenar el agua de beber y cocinar. Aunque anécdotas muy pintorescas cuentan que también fueron usados por amantes furtivos, donjuanes sorprendidos en pleno romance en casa ajena y en una época también fueron escondite nocturno de los soldados mambises.
Era costumbre brindar agua fresca de tinajón a los visitantes. Muchos de estos terminaban casándose con una nativa y se quedaban a vivir en Puerto Príncipe. Por eso desde entonces al enamorado o novio se le dice: «¡Ese tomó agua de tinajón!». Aún hoy en día, los lugareños mantienen su creencia de que todo aquel que visite la ciudad regresa a ella.
Prosperidad
A pesar de los incendios y el asedio de corsarios y piratas, la villa era próspera y su desarrollo no se detuvo. El 12 de noviembre de 1817 se le otorgó el título de Ciudad y se aprobó el Escudo de Armas con dos palomas a la izquierda y un galgo a la derecha. Y en 1903, a raíz de la independencia de España, su nombre pasó a ser oficialmente Camagüey, denominación indocubana de origen arahuaco, relacionada con el arbusto silvestre de la Camagua.
De menor antigüedad que los tinajones, los adoquines de las calles de Camagüey (procedentes de los volcanes de Noruega), constituyen otro toque distintivo de la ciudad, que forma parte de su paisaje embriagador. Su geometría está adaptada al caprichoso trazado urbano, tejiendo una trama de hermosas figuras que asombra por su simetría y que aún hoy pisan los pies de nativos y visitantes. Ambos, tinajones y adoquines, son testigos de lo acontecido allí en distintas etapas históricas y huella fiel de la evolución de esta urbe.
Casco histórico
El casco histórico de la ciudad data del siglo XVII. Sus calles estrechas y curvilíneas y sus callejones sin salida fueron concebidos para repeler los ataques de piratas que ocurrieron en los dos primeros siglos de la villa. Su diseño permitía emboscarlos en cada esquina. Son más de sesenta callejones, cuyos nombres están vinculados a personajes o hechos ocurridos en esta demarcación. Uno de ellos, el más estrecho, llamado Callejón del Cura o Callejón del Silencio, mide apenas un metro y cuarenta centímetros de ancho. Al pasear por este adoquinado trayecto se pueden descubrir historias y leyendas que perviven en la legendaria Camagüey.
Una parte del Centro Histórico (cincuenta y cuatro hectáreas) fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Incluye plazas, plazuelas y seis majestuosas iglesias. Entre estas se destacan «La Iglesia Mayor y Catedral», con sus tres grandes naves y alta torre, que da al parque Agramonte con su famosa estatua, los templos católicos de «La Merced», con sus tres naves, altares y sepulcro de plata y «La Soledad», en cuya cripta están enterrados muchos distinguidos camagüeyanos. Son obras arquitectónicas impresionantes, siendo las dos últimas típicas del Barroco.
Pasado que se respira…
En esos lugares se respira constantemente un pasado que se rehusa a ser olvidado. Son verdaderos tesoros arquitectónicos. La plaza San Juan de Dios, por ejemplo, es un conjunto arquitectónico colonial, donde cada edificación tiene una historia fascinante y un museo que alberga elementos de la historia de Camagüey y pinturas de la localidad.
La ciudad posee el cementerio en funciones más antiguo de Cuba, inaugurado en 1814 y la Real Audiencia, la más antigua de Hispanoamérica. Creada en 1511 en Santo Domingo y trasladada luego a Puerto Príncipe. Aún radican allí los órganos encargados de impartir justicia.
Un parque muy querido y cultura a raudales
Transitando las calles nos encontramos con monumentos, parques, teatros, casas históricas, palacios, centros culturales. Uno de los lugares más emblemáticos y queridos por los camagüeyanos es el Casino Campestre, un parque urbano centenario, de una belleza singular. El mayor y más hermoso de Cuba. Es el pulmón de la ciudad o su corazón verde. En él encontramos numerosos bancos a la sombra de frondosos árboles, entre ellos, la majestuosa ceiba sembrada en 1902, una glorieta, hermosas estatuas, monumentos, una gruta, alamedas, un zoológico y parques infantiles. También cuenta con una Ciudad Deportiva (un palacio de los deportes, pistas de atletismo, campo de fútbol y estadio beisbolero).
La ciudad además posee la segunda compañía de ballet de Cuba, varios grupos de danza folclórica, tradicional y moderna, coros, grupos teatrales, galerías de arte, escuelas especiales para la enseñanza de las artes, cinco universidades con sedes en los trece municipios camagüeyanos. Sus carnavales, el San Juan Camagüeyano, y la Procesión del Santo Sepulcro, forman parte de las tradiciones locales.
Riquezas naturales
Camagüey es la capital de una provincia de igual nombre, la más extensa del país. Esta es una región de vastas llanuras, de manantiales, de cayos de aguas cristalinas y de fuerte tradición ganadera, ferroviaria y cañera. De sus playas, Santa Lucía es la más famosa en la costa norte, por muchísimas razones pero, sobre todo por tener una de las más grandes barreras coralinas del mundo, sólo superada por la Gran Barrera Australiana. Hacia el sur están los Jardines de la Reina, el área marina de mayor grado de conservación en todo el Caribe Insular. Cuenta con 250 islas vírgenes y es un sitio de relevancia mundial por su diversidad biológica.
Personalidades
Camagüey es la cuna de figuras de la talla de Carlos J. Finlay, reconocido médico que descubrió las causas de la fiebre amarilla y su cura; Ignacio Agramonte, conocido como «El Mayor», fue uno de los patriotas líderes de la primera guerra de independencia contra España, conocida como la Guerra de los Diez Años; Joaquín de Agüero, mártir por la independencia, en cuya sangre el adolescente Ignacio Agramonte mojó su pañuelo y juró frente a su cadáver terminar la obra por la cual este patriota dio su vida.
Otros insignes camagüeyanos fueron: Enrique José Varona, escritor, pedagogo y filósofo, impulsor de la psicología en Cuba; Salvador Cisneros Betancourt, presidente de la primera República en Armas; Ana Betancourt de Mora, quien alzó su voz en tiempos en que la mujer era altamente discriminada; la deslumbrante Gertrudis Gómez de Avellaneda, figura clave del romanticismo hispanoamericano, precursora del feminismo, primera mujer propuesta para la Real Academia Española (rechazada por ser mujer), primera escritora antiesclavista de la historia; Gonzalo de Quezada, uno de los arquitectos clave en el movimiento independentista cubano, fiel amigo y colaborador de José Martí; Luis Casas Romero, mambí y músico, creador de obras prodigiosas; Fidelio Ponce de León, una de las figuras célebres de la plástica cubana; Nicolás Guillén, el poeta nacional de Cuba, entre otros.
Datos curiosos
Cabe destacar que la ciudad está llena de secretos y misterios. Un dato curioso es que el médico chino de la conocida frase: «A ese no lo salva ni el médico chino», desempeñó sus funciones en el Hospital de San Juan de Dios de la villa principeña. Y ganó su fama por la cantidad de vidas que salvó. En ese Hospital estuvo recluido Jean Laffite, a quien llamaban «el terror del Golfo», uno de los más audaces corsarios de inicios del siglo XIX. Durante un tiempo fingió estar malherido y fue tratado como un preso común. Aprovechando una oportunidad se fugó de noche. Al salir, dejó las muletas que usaba detrás de la puerta, como prueba de la burla hecha a las autoridades españolas.
También resulta interesante que Francisco Antonmarchi, que fuera médico de cabecera del emperador Napoleón Bonaparte llegó a Puerto Príncipe entre los años 1836 y 1837. Se alojó en casa de Don Ignacio Escoto, a quien regaló un mechón del pelo de Napoleón. Le dio además, un fragmento del paño mortuorio, sobre el cual reposó su cadáver en la isla de Santa Elena.
Sabor camagüeyano
Otras delicias de Camagüey son su sazón único: el verdadero ajiaco, el matajíbaro, la ropa vieja, el queso criollo, las cremitas de leche de Cascorro… De hecho posee la receta más grandiosa de la mesa cubana: el arroz imperial.
Apartándonos de la tradición culinaria, hay que mencionar dos cosas que se pueden ver con frecuencia en las calles camagüeyanas: las calesas tiradas por caballos y las rejas ornamentadas que adornan las fachadas de las casas.
Los moradores principeños destacan por sus tradiciones, alto nivel cultural, la práctica del catolicismo puro y el buen hablar. El acento del camagüeyano típico difiere tanto del de los orientales como del de los occidentales, y es que ha conformado una subentidad propia que los diferencia del resto de los habitantes de la isla. Son gente amable y cautivadora que preserva con orgullo la idiosincrasia forjada por sus predecesores.
¡Los que nacimos en Camagüey y luego emigramos hacia otras tierras llevamos nuestra esencia y corazón remojados para siempre en agua fresca de tinajón!
Qué interesante. Transmites cultura y amor a la tierra a partes iguales . ???
Es que es la tierra que me vio nacer. Es amor de hija. ¡Gracias por leerlo Andrés! ❤️