Epidemias, un drama que nos ha acompañado siempre

Virus es una palabra de origen latino que quiere decir veneno o ponzoña. Su significado ha ido cambiando gradualmente, hasta llegar al concepto que usamos hoy.

Los virus nos han acompañado siempre y las epidemias han dado forma al mundo, cambiando el curso de los acontecimientos en muchas ocasiones.

 

 

La viruela y el sarampión aparecieron por primera vez hace miles de años en Europa y el Norte de África. La primera provocó más muertos que las guerras mundiales, unos trescientos millones de personas. La peste negra o peste bubónica causó sucesivas pandemias y en la Edad Media cobró la vida de la mitad de la población de Europa, alrededor de doscientos millones de personas. La gripe española fue tan devastadora que mató entre cincuenta y cien millones, más que todas las que murieron en la Primera Guerra Mundial. A causa del VIH/Sida han fallecido entre veinticinco y treinta y cinco millones. A esto habría que agregar otras pandemias, como las de cólera, la gripe de Hong Kong y la gripe asiática. Y epidemias de fiebre amarilla, ébola, poliomielitis, encefalitis, dengue, rabia, leptospirosis

 

Dibujo que representa un perro con rabia en una calle de Londres (1826) / Wikimedia Commons

Grandes asesinos en Roma

 

La peste antonina o plaga de Galeno (165 -180), fue una pandemia de viruela que afectó al imperio romano. Algunos dicen que el mundo antiguo nunca se recuperó de las calamidades que trajo consigo la peste y la ruina que ocasionó en el reinado de Marco Aurelio. Lo que no se pone en duda es la elevada mortalidad que causó en los ejércitos romanos, cuyas filas fueron diezmadas.

Sabemos que se trataba de viruela por Galeno, uno de los más completos investigadores médicos de la Edad Antigua. Los síntomas descritos por él apuntan en esa dirección. Al trabajar directamente con el emperador Marco Aurelio y el ejército, pudo presenciar la pandemia en el momento en que alcanzaba su punto álgido en las guerras marcomanas.

La situación debió haber sido extremadamente crítica, cuando Marco Aurelio se vio obligado a reclutar esclavos, delincuentes, gladiadores, ladrones y mercenarios para incorporarlos a las legiones romanas.

La pandemia perturbó la economía, la política, la religión y la cultura. Se revivieron ritos en desuso para invocar a los dioses, mientras se le echaba la culpa de la peste a los cristianos, que eran atacados y perseguidos y los charlatanes se enriquecían con la superstición del pueblo.

 

«El triunfo de la muerte», óleo sobre tabla del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo / Wikimedia Commons

 

Luego enfrentaron la peste cipriana, desde alrededor del año 249 hasta el 269. No se sabe cuál fue el agente de la plaga. Puede haber sido la viruela, la gripe o el ébola (filovirus).

En 541 d. C. llegó y permaneció por más de doscientos años la pandemia de «Yersenia pestis», el agente que causa la peste bubónica. A esta se le dio el nombre de plaga de Justiniano, en referencia al emperador romano que regía entonces el Imperio bizantino. Se dice que su propagación estuvo relacionada con los cambios climáticos sucedidos durante los años 535 y 536. Excesivas lluvias seguidas de sequías provocaron que las especies que propagan la epidemia (vectores como pulgas y roedores) se desplazaran contagiando a todos.

El imperio también fue afectado por asesinos despiadados que aparecían en diversas oleadas, como la malaria, la tuberculosis y la lepra.

 

Más muertes en Europa y en el Nuevo Mundo

 

Durante los siglos XV y XVI afectó a Europa en cinco oleadas una epidemia que ha constituido un auténtico misterio. Se trata del «sudor inglés», una extraña patología que causó miles de muertes y que desapareció sin que se sepan las causas de la misma. Era muy contagiosa y tan fulminante, que muchos morían a la hora, o a las dos horas de haber sentido los primeros síntomas. Tenía una tasa de mortalidad del 25% y luego ésta aumentó en la oleada de 1528 a un 40%.

Durante la época de las conquistas españolas, varias plagas fueron llevadas al Nuevo Mundo por los europeos. Los indígenas, que no tenían resistencia natural a estos virus, murieron por millones durante las epidemias.

A América llegaron enfermedades de Europa y de África, y desde aquélla partieron otras en sentido inverso. Las consecuencias fueron más dramáticas para los amerindios que para europeos y africanos.

Los españoles trajeron nuevas especies de animales y llevaron algunas de las islas, que les parecían exóticas,  a su país. Este tráfico de seres vivos, sobre todo el trasiego de seres humanos, produjo un intercambio constante de agentes patógenos y parásitos.

 

Después de los mosquitos, el segundo grupo de vectores de importancia en la transmisión de enfermedades a los humanos, son las garrapatas

 

La primera zoonosis introducida en el Nuevo Mundo fue la gripe, y al igual que más tarde con la gripe española de 1918, fue debida al virus A, relacionado con la influenza del cerdo.  En el segundo viaje, Colón llevaba cerdos que llegaron «perdidos» y según Fray B. de las Casas: «la gente comenzó a tan de golpe caer enferma… y los indios murieron tantos que no pudieron contarlos».

El orthopoxvirus variólico llegó a Santo Domingo de África en diciembre de 1518 y el sarampión arribó con la expedición de Juan de Aguado en 1495. El tifus exantemático era frecuente en los pasajeros que hacían la «carrera de Indias», porque en la travesía se contagiaban los piojos (artrópodo vector que lo transmite), muy habituales entre ellos.

A la fiebre amarilla se le atribuye origen africano, entre otras cosas porque el vector que la transmite (aedes aegypti) no existía en América antes del periodo colonial. Sea como fuere, sabemos que Colón pasó por Cabo Verde en su tercer viaje (1498), enfermándose allí de fiebre amarilla. Idéntica experiencia tuvo Francis Drake en 1585, cuando se dirigía a atacar los establecimientos españoles en América.

 

Mosquito aedes aegypti, vehículo transmisor de la fiebre amarilla, el dengue, la fiebre chikungunya, el virus de zika, el mayaro y el usutu

 

En Cuba, las epidemias de fiebre amarilla se sucedían continuamente, desde el siglo XVII. Junto a la viruela, era vista por los habitantes de la época, como la pareja maldita y ambas tuvieron profundas repercusiones demográficas, económicas y sociales. Esta situación alejó a los posibles emigrantes y la isla quedó como un lugar de paso, lo que afectó su desarrollo económico y social.

La escuadra de Francisco Pizarro y la de Rodrigo de Torres sufrieron estas enfermedades en la isla, que poco a poco fue adquiriendo fama de lugar inhóspito e insalubre.

La difusión de la fiebre amarilla en los territorios tropicales en los siglos XVIIXVIII fue enorme. Esta enfermedad condicionó el resultado de algunas empresas bélicas, como los ataques de piratas a La Habana y la represión francesa de la rebelión del exesclavo Toussaint Louverture en Haití. Esta última, a cargo de Napoleón Bonaparte, acabó con los ambiciosos planes de este genio militar, que quería convertir a la porción occidental de La Española en base para sus operaciones en el Nuevo Mundo.

Las epidemias pueden llegar a eliminar grandes contingentes, con efectos tales como los de una guerra biológica e influir en la decadencia de civilizaciones. Volviendo con Napoleón, encontraremos otra derrota de sus tropas frente a micoorganismos (unos años después de la de Haití). Esta vez en la campaña del ejército napoleónico en Rusia, el cual fue vencido por el frío y el tifus, además de otras infecciones transmitidas por los piojos. De más de medio millón de soldados, sólo unas decenas de miles sobrevivieron. A causa de esto Europa cambió para siempre.

Además de las guerras napoleónicas, la de secesión en Estados Unidos y la franco-prusiana (entre otras del siglo XIX), estuvieron acompañadas de grandes epidemias.

 

 

Los sospechosos habituales

 

Durante las epidemias, los rumores y teorías conspirativas que se suscitan, son un detonante para estallidos de violencia. Cuando la peste bubónica golpeó a Europa, a mediados del siglo XIV, los rumores sobre presuntos envenenamientos de pozos por los judíos se extendieron rápidamente.

La gripe española (1918-1920) al principio fue declarada como un arma desarrollada por las fuerzas armadas alemanas. Con el Sida, la KGB difundió rumores de que Estados Unidos lo había desarrollado como arma biológica y la había probado en prisioneros homosexuales y luego había culpado a África de su origen. ¡Toda una cadena de culpabilidad sin fin!

Entre los sospechosos habituales se han encontrado siempre extranjeros, minorías religiosas, los judíos y los marginados sociales. También se ha culpado a los poderosos. En épocas antiguas, los culpables de las desgracias eran los dioses, a falta de otra explicación para los tiempos difíciles.

 

Asamblea de dioses, de Rafael

 

Ahora se culpa a Bill Gates, en torno a quien hay miles de teorías conspirativas. Se ha dicho que es una especie de «muñeco vudú» al que pinchan constantemente con estas conspiraciones. Entonces, al igual que ahora, se buscan culpables del infortunio para descargar odios y resentimientos. Es más fácil que aunar esfuerzos para combatir las causas que lo originan.

Ha sido frecuente estigmatizar a grupos y colectivos, como sucedió con los homosexuales a la llegada del sida, con el gentilicio en la gripe «española», los chinos con la fiebre amarilla y el «virus chino» de Donald Trump. Mención especial tiene la sífilis, que siempre se atribuía a otros. Así la llamaron mal napolitano (los franceses), los italianos y españoles la denominaron mal francés o mal gálico, los alemanes la citaban como mal polaco, mal cristiano decían los turcos y no faltó quien la llamara sarna española.

 

La Humanidad sigue siendo muy frágil y vulnerable

 

La historia de la Humanidad ha sido la sucesión de una pandemia tras otra, relacionadas con el auge o la desaparición de civilizaciones, diezmando periódicamente el mundo. Lo que vivimos hoy con la COVID-19, es una catástrofe anunciada.

Debemos entender el impacto que provocamos en la vida silvestre cuando interferimos en ella y que este tipo de emergencia mundial en que estamos sumidos es también un tema ambiental.

Las zoonosis que involucran parásitos, bacterias y virus son conocidas desde hace siglos, pero a pesar de esto, no existe aún una conciencia colectiva que nos recuerde que somos responsables de su incremento, al no controlar los factores sociales que las ocasionan, ni su potencial epidémico.

«La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable». Bertrand Russell

Olvidamos antecedentes históricos, inmersos en lo que consideramos más importante, y así volvemos a cometer los mismos errores una y otra vez. Olvidamos que hay un sólo mundo y los virus forman parte de él, al igual que los murciélagos y el resto de especies. Debemos hallar una forma más sostenible de coexistir con la vida silvestre.

Cada epidemia deja secuelas en la memoria, pero luego con el tiempo la sociedad olvida y volvemos a creer que podemos controlarlo todo. Ojalá que la trágica situación actual nos impulse a hacer transformaciones profundas y necesarias que nos preparen para un próximo evento y poder avanzar a un futuro con mayor esperanza.

Las epidemias han dejado huella en la historia humana y seguirán con nosotros. Actualmente el impacto del coronavirus a nivel mundial es enorme. La globalización complica más el panorama. Sin importar cuánto hemos avanzado, la Humanidad sigue siendo muy frágil y vulnerable.

Estamos en medio de una gran incertidumbre que se acrecienta con la falta de liderazgo global y la presencia de algunos «líderes» regresivos que enrarecen la «atmósfera mundial». Desconocemos cuán largo será este «vía crucis» y qué efectos a largo plazo nos dejará, pero es seguro que no será el último.

 

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