Un futuro de humanos digitalizados y cuerpos desechables

El enorme poder científico y tecnológico conseguido en la actualidad, ha contribuido a que nos alejemos unos de otros, debilitando vínculos que antes eran fuertes e imprescindibles. Estando tan centrados en nosotros mismos y en el uso de tecnología, que avanza más rápido cada día, hemos llegado a creernos invulnerables. Aunque, en pleno frenesí de lo virtual, hemos recordado que tenemos cuerpo (la naturaleza, a través de un virus, nos ha vuelto a situar en nuestra condición). Hemos vuelto a tomar conciencia de lo frágil que es la vida humana, que tenemos un cuerpo que cuidar y proteger, porque es único y perecedero.

¿Y si el cuerpo no importara?, me pregunto. Si la sombra de la muerte no pesara sobre nosotros y pudiéramos cambiar de cuerpo cuando fuese necesario, para mantener siempre al máximo nuestro vigor y capacidades… Estas elucubraciones son fruto de mi última lectura: Carbono Alterado.

Una novela negra de ciencia ficción del subgénero ciberpunk, escrita por el escritor británico Richard Morgan. Sé que las historias de este género parecen triviales a muchos, pero para mí tienen un impacto innegable, porque me dejan con la creencia de que podemos evolucionar  y que aún hay tiempo para cambiar nuestro futuro.

Me gusta la ciencia ficción, pero no el ciberpunk (por su nihilismo), y lo cierto es que esta novela dista mucho de mis preferencias en este género. La elegí porque el tema que aborda me resulta interesante, digno de reflexión.

Humanos digitalizados en un mundo decadente

La historia nos proyecta a un futuro (dentro de 500 años) de humanos prácticamente indestructibles, diseminados por toda la galaxia. Son humanos digitalizados, que han colonizado una serie de planetas extrasolares que son supervisados por la ONU.

Un mundo digital donde se puede sobrevivir sin cuerpo. Esta vida sin límites temporales es posible gracias a las «fundas» (cuerpos), que pueden cambiar constantemente y a las pilas corticales que almacenan los recuerdos y la personalidad de cada quien y se instalan en la nuca, a partir del primer año de edad.

Algunos soldados están diseñados para ser enviados en forma de datos a una velocidad mayor que la de la luz. Es una acción muy rápida (sin viaje físico). La identidad se transfiere por extracción directa instantánea y reinyección en otra funda situada en otro planeta. Uno de los enviados es Takeshi Kovacs, antiguo miembro de las «brigadas de choque» de la ONU.

Takeshi cumplía un castigo de almacenaje por 200 años en Harlan (única biosfera habitable del Sistema Glimmer), cuando es enviado a la Tierra. La cuna de la raza humana se nos presenta como un lugar muy desagradable y violento, donde aún persiste la división de clases, raza y religión. Según Jimmy de Soto, amigo de Kovacs y oriundo de este planeta: «la Tierra es un agujero de mierda, una sociedad congelada, como retroceder 500 años en el tiempo. Donde no pasa nada, los acontecimientos no están permitidos».

 

La historia de Morgan sitúa la Tierra a 180 años luz de Harlan, colonia donde los años son más largos.

 

Los jóvenes se habían ido en naves a colonizar planetas distantes y quedaron los obedientes, los indiferentes e insensibles. La cultura se desmoronó sofocada por normas concebidas por los viejos (de mente). Es lo que encuentra Takeshi al llegar: criaturas de siglos de edad, que vivieron momentos de la historia, que él sólo conocía por lo que le habían enseñado en la escuela.

Uno de estos seres, llamados «mat» (por Matusalén), un hombre de 357 años, inmensamente rico, hace que saquen a Kovacs de su almacenamiento y lo «reenfunden» en el cuerpo de un policía «potenciado», para que descubra quién lo asesinó. Este mat, aparentemente se suicidó, pero no sufre una muerte real, pues en realidad sólo ha matado uno de sus cuerpos, por lo que su copia de seguridad es rápidamente restablecida en un clon preparado al efecto.

Kovacs deberá sobrevivir y develar el misterio de esta muerte en el ambiente enrarecido y decadente del planeta Tierra, en medio de un pandemónium de violencia, drogas, sexo, negocios sucios (los cuerpos se venden ilegalmente) y corrupción policial. Tendrá que moverse en el bajo mundo de Bay City, una ciudad donde la prostitución se ejerce en un escenario extremadamente violento. Se paga por matar a la prostituta de turno. A esta luego se le consigue otro cuerpo, si no es católica. En caso de serlo, entonces la muerte es real, pues los católicos están en contra del reenfundado.

Una sociedad enferma, donde la tecnología sirve a seres con los sentimientos más bajos. Donde, gracias al formato virtual , es posible vivir el «Cielo» y el «Infierno» en la Tierra. Estos conceptos dejaron de ser los fantasmas del placer o el dolor eterno del cristianismo. Los cuerpos (fundas) son alterados para potenciar el sexo, la lucha, las torturas, el sufrimiento…

 

¿Qué pasaría con nuestra esencia humana si cambiaramos de envoltorio?, con esta y otras preguntas en mente nos quedamos después de esta lectura.

 

Volver de la muerte física, para los humanos digitalizados, que son pobres en el siglo XXV, es una experiencia dolorosa. Cuando son reenfundados y despiertan en un cuerpo «más barato», de otra contextura, otra edad, otro sexo… puede ser una experiencia sumamente traumática. Muchos no pueden recuperar el amor de la pareja, ni encajar en la que antes fue su vida.

Otros no pueden pagar el almacenamiento de sus cuerpos y estos son comprados o alquilados por los ricos que los usan a su antojo. Y así los familiares tienen que aceptar el dolor de ver andar a un extraño en el cuerpo que fuera de su madre, hijo pareja, etc.

Inmersos en el Nuevo Mundo Digital

Si comparamos nuestra realidad con la creada por Morgan para el siglo XXV, hay un abismo que las separa, mas no un abismo infranqueable. Los vicios exacerbados que él nos muestra, están y han estado siempre con nosotros. La digitalización aún no es tan palpable, pero sí está influyendo ya en todos los aspectos de nuestra vida.

Estamos viviendo en medio de una inflación de noticias, de catástrofes de todo tipo (financiera, climática, terrorista, humanitaria). Y unas vuelven invisibles a otras. Así como es invisible el control de datos digitales. Es algo que no notamos porque no duele, no lo experimentamos de manera sensorial. Y para este Nuevo Mundo Digital, carecemos aún de mapas y brújulas. Pero, estamos cada vez más inmersos en él, cada vez más aislados y manejados cual marionetas.

 

Jóvenes con la mirada fija en el móvil, propio del mundo digital
La fuerte adicción tecnológica de los jóvenes, los lleva a estar más pendientes de las relaciones virtuales que de las personales.

 

Desde que la tecnología se volvió social y es la protagonista en las actividades diarias de las personas, «pegándolas» a las pantallas, la interacción social ya no se da de manera natural, cara a cara. Y se va eliminando cada vez más este rasgo esencial de nuestra civilización. Hemos dejado que las pantallas acaparen nuestra atención y prácticamente todo nuestro tiempo.

La vida no alcanza para atender a tanta información, videos caseros, noticias, memes, sketches… Este aluvión de contenidos de todo tipo nos hace sentir (a algunos) que vamos a colapsar en cualquier momento.

Es innegable el impacto positivo que ha tenido la tecnología en la economía, la medicina, la ecología, la educación y otros campos. Robots, Inteligencia Artificial (IA), algoritmos y realidad aumentada nos ayudan en una gran variedad de tareas. Recientes adelantos nos dejan boquiabiertos, como las vacunas personalizadas contra el cáncer, robots «minidoctores», electrocardiogramas en la muñeca, el sensor portátil de pH para la piel, drones y vehículos autónomos.

¿Por qué sentimos entonces que, a pesar de los logros alcanzados en lo social a nivel mundial, este aspecto va rezagado en relación con el desarrollo tecnológico? ¿Por qué nos adherimos a todo aquello que ofrece mayor confort y placer , sabiendo que en muchos casos lo hacemos en detrimento de valores y tradiciones esenciales?

 

Niños adictos a la tecnología, en el Nuevo Mundo Digital
Los niños de hoy no quieren jugar con otros niños, ni con juguetes, sólo con aplicaciones web.

 

No es tan sólo «lo que» hacemos sino «cómo» lo hacemos. Avanzamos sí, pero ¿por qué somos cada vez más frágiles, más dependientes, más infelices, menos libres… ? Lo cierto es que hay una gran insatisfacción, problemas psicológicos, depresiones, miedos… Tal parece que nos autodestruimos, sin siquiera advertirlo. Y cómo no va a ser así, si la ética y la filosofía no conjugan con el sistema de consumo, la «cultura» nos confunde con su frivolidad y las religiones ya no sirven de guía.

Acostumbrados al facilismo, dejamos que otros piensen y tomen decisiones por nosotros. ¿Dónde quedaron los pensadores que marcaban el camino e inspiraban ideologías? El mundo demasiado polarizado de hoy atraviesa un peligroso período de desmocratización y auge de los populismos, donde hay más enfrentamientos que diálogos y muchos vínculos se han roto.

Nuestra visión de la vida se ha vuelto miope y no logramos ver simultáneamente cuerpo, emociones, creencias, espíritu y entorno. El futuro es incierto cuando la razón está ahogada, la reflexión es ignorada y la conciencia social está dormida… u olvidada. ¿Por qué se nos hace tan difícil ser conscientes, sensatos y éticos?

La capacidad de conocernos, de vivir en plenitud interna y externa, de trascender, es un proceso consciente que nos perfecciona. El desarrollo debería contemplar la búsqueda de la armonía en cada momento y el ser creadores de nuestra realidad. Sin embargo, en nuestras sociedades tecno-céntricas, importa sólo la utilidad. Ya pasaron los tiempos en que dabamos importancia a la trascendencia.

El uso de la tecnología conlleva potenciales riesgos. Nos proporciona medios o herramientas que podemos utilizar correcta o incorrectamente (para el bien o para el mal). Y, a estas alturas, se ha vuelto tan omnipresente que no nos damos cuenta de cómo ha cambiado nuestra vida y lo aferrados que estamos a ella.

Pero, aún hay tiempo para cambiar las cosas. Y un buen ejercicio para despertar nuestra mente es la lectura de este género. ¿Quién no ha soñado con un mundo diferente? Especular sobre posibles eventos en el futuro y desafiar los límites de lo posible, tiene un encanto irresistible. Es lo que nos hace disfrutar la ciencia ficción. Admiro esas mentes brillantes, capaces de anticiparse e imaginar lo que podría ser.

Julio Verne, H. G. Wells, Isaac Asimov y otros escritores lograron adelantarse al futuro. Los mundos y acontecimientos proyectados por ellos, han tenido impacto, no sólo en sus lectores, sino en  muchos científicos, a los que han inspirado a crear soluciones para problemas futuros.

La ciencia ficción nos permite contrastar nuestra cultura con otras, haciéndonos ver lo que tenemos y lo que podríamos llegar a ser.

 

3 respuestas a «Un futuro de humanos digitalizados y cuerpos desechables»

  1. Impactante….no quiero el siglo xxv, pero a este paso, es tan de cirncia ficción?….hermoso escrito mujer hermosa y talentosa….👏🙏🕊😘🌹

    1. Muy impactante, Mario. Este tipo de lecturas nos sacuden un poco. Por eso vuelvo a ellas de vez en cuando. Gracias por leerme, a pesar de que salto de un tema a otro, sin ton ni son…

Deja un comentario