Una vida mejor

«El mar lo devuelve todo después de un tiempo, especialmente los recuerdos». Carlos Ruiz Zafón

Los seres humanos hemos demostrado gran fortaleza a lo largo de los siglos, al empezar desde cero en otros lugares lejanos del que nos vio nacer. Al parecer, movernos siempre de un lugar a otro ha sido parte de la condición humana, de lo que somos. Desde que se establecieron límites entre los países, se dificultó el tránsito entre culturas y una acción tan importante para la creación de naciones independientes y su protección, comenzó a generar conflictos en todas partes.

A pesar de que la migración es un tema que nos atañe a todos, y debería ser una tarea de la época el manejo más humano de la misma por los gobiernos de cada país, no ha dejado de ser una realidad trágica y vergonzosa (sobre todo para los que aún en el mundo de hoy poseen fronteras infranqueables en su mente). No pretendo analizar un tema tan complejo, solamente contarles someramente mi experiencia al emigrar, con el ánimo de aportar lo vivido. Y, ojalá le pueda servir a alguien para detenerse y pensar (antes de actuar) si vale la pena tomar semejante riesgo.

Hay que hacer acopio de toda la osadía e intrepidez de que seas capaz, para salir de lo conocido, de «lo tuyo», rompiendo con raíces queridas y poner rumbo a lo desconocido. Todavía después de 23 años, no puedo hablar de Cuba sin sentir ganas de llorar. Mi lucha ha sido tratar de encajar, de pertenecer a esta otra tierra que me acogió, pero mi desarraigo es profundo, no he recuperado mi identidad.

Tantas cosas que me apasionaban y ya casi nada hace eco en mi ser. Mis sueños y proyectos de antaño se transformaron en huidas y evasiones… El exilio es una forma de castigo y soledad, autoimpuesta en muchos casos.

«Puedes arrancar al hombre de su país, pero no puedes arrancar el país del corazón del hombre». John Dos Passos.

El que emigra se siente como partido en dos mitades, enfrentándose a la dicotomía entre el pasado ya ido, dejado atrás y el presente que se perfila y no acaba de llegar. Al principio sentía que había entrado en una jungla foránea en la que no lograba orientarme. Todo era diferente y complicado. Ameritó un gran esfuerzo la adaptación.

Entender mi nueva realidad me tomó mucho tiempo. Pienso ahora en los versos de Neruda, en Exilio: «… te despierta la luz, y no es tu luz, la noche llega: faltan tus estrellas, hallas hermanos: pero no es tu sangre. Eres como un fantasma avergonzado de no amar, mas que a los que tanto te aman».

Cualquiera en Cuba tiene a un balsero en la familia, o a un amigo balsero.

Cualquier modo de abandonar tu país que intentes, es un acto sumamente temerario, si es ilegal. Mi experiencia fue como «balsera». Pasé seis días en un frágil botecito a la deriva, en un mar embravecido por el mal tiempo. Lo que viví no puedo expresarlo con palabras. No existen palabras para semejante horror.

Esto fue en el año 1994 (el de las peores condiciones económicas de toda la historia de la revolución cubana), durante el éxodo masivo en el que miles de cubanos se lanzaron a atravesar el mar, la mayoría con destino a Miami. Otros, lo intentamos por la costa sur tratando de llegar a las Islas Caimán.

Fue una decisión muy difícil, que me causó gran dolor. Como dice el poeta Raúl Rivero: «Irse es un desastre. Una catástrofe íntima. Un derrumbe total en el que se ve como desaparecen casas, calles, parques, personas, borrados por una fuerza en progreso que finalmente saca del paisaje el entramado de una vida». Una vida entera no cabe en una maleta.

Cuando llegué al pueblo sureño, pueblo de pescadores, llevaba sólo un poco de dinero, ingenuidad y valor. Arriesgué la vida sin pensar. El hecho de no conocer los peligros de la mar abierta, me dio la valentía que necesitaba para llevar a cabo locura semejante. Lo sucedido antes de embarcar fue casi tan trágico como la travesía, tanto por las dolorosas despedidas que presencié como por la avaricia de los moradores que hacían su agosto con nuestra odisea.

Tuve momentos de flaqueza, pero nunca consideré desistir. Y, como «no puedes cruzar el mar, simplemente mirando el agua», un día muy temprano embarqué. El botecito era de un pescador que aconsejó fuese usado por no más de 5 personas… Y subieron 25. Únicamente al estar encima de aquella tabla flotante que se elevaba por encima de las olas para luego caer estrepitosamente, pensé en lo que me esperaba: tiburones, el inclemente sol que nos abrazaría por el día, la muerte por deshidratación, el frío húmedo de la noche, la oscuridad, la soledad y demás peligros innombrables. Como decía Hemingway: «el mar es dulce y hermoso, pero puede ser cruel».

 

 

No hay nada parecido al miedo que se siente de noche en altamar. Es un espanto que se adhiere a tu alma. En los momentos de calma era tenebroso… todo un misterio. Miraba al cielo negro todo el tiempo, tratando siempre de no bajar los ojos a la negra superficie del agua. Temblaba al escuchar susurros y luego absoluto silencio, alternándose todo el tiempo. Cuando el viento y el oleaje eran fuertes, el espectáculo era dantesco. Así debe ser el infierno concebido sin fuego, pensaba mientras me agarraba fuertemente, para no caer al agua en una de las violentas sacudidas.

¿Cuántos seres humanos deben ahogarse para que salga a flote nuestra conciencia?

Día tras día el pánico crecía, sobre todo cuando se avecinaba la oscuridad. Con los primeros rayos del sol sentía un alivio inmenso, pero luego pasaban las horas y sus rayos quemaban mi piel ya adolorida por los golpes constantes contra las tablas o contra las otras personas que iban en la madera flotante. También eran duros de soportar el sopor del silencio y las alucinaciones provocadas por el cansancio. «Este silencio blanco, ilimitado, este silencio del mar tranquilo, inmóvil». (Eliseo Diego).

Fueron tantas las situaciones de tensión dentro del bote, de pavor, desesperación, que podría escribir un libro sobre estos días aciagos de mi vida, pero prefiero que se vayan desdibujando en mi memoria. Por suerte a mitad de esta travesía, llegó un momento en que me sentí como suspendida entre cielo y mar, perdida para siempre en una eternidad, a ratos azul y a ratos negra, y eso me dio paz, porque creí estar en un estado muy parecido o cercano a la muerte. Así pude ver, como desde otra dimensión o a través de un tamiz que atenuaba enormemente la realidad, cuando lanzaban al agua a una señora que se retorcía y gritaba, a otros vomitando, llorando, rezando, náufragos agarrados a los restos de su embarcación se soltaban para tratar de subir a nuestro bote en un último acto desesperado…

Al final fuimos encontrados a la deriva e interceptados por un barco guardacostas y obligados a regresar arrodillados y con ametralladoras apuntándonos durante el trayecto. Jamás olvidaré la escena.

Tal había sido mi aceptación de una muerte inminente desde el momento que abracé la idea de abandonar mi país por mar, que me tomó tiempo salir del estado de muerta en vida en el que regresé. No tuve uso de todas mis facultades hasta que pude mirar atrás, a lo vivido, sin miedo, y verme como una sobreviviente. Sobrevivir es renacer. Volví a la realidad, pero con otra manera de ser y de ver la vida.
Mis familiares no me reconocieron al verme otra vez. No se trataba solo de los estragos causados en mí por las vicisitudes de esos días, sino de algo más profundo en mi ser. Después de algunos años logré salir de Cuba de manera legal. Me dije a mí misma que jamás volvería. Quería borrar todo, incluidos los buenos momentos. Pero en mis sueños me veía allá, era yo, como antes fui, sintiéndome en mi medio natural, genuina. Aún tengo esos sueños y al despertar me invade la tristeza al comprobar que al salir de mi patria me dejé atrás para siempre.

Les dejo esta poesía de Javier Solé con la que me identifico:

Luz negra

Ahora que nadie escucha tu sollozo,
ni el desgarro de los náufragos
rasga el silencio del océano,
descubres una luz negra
que ensombrece el sendero sin retorno
de los prófugos del miedo.

4 respuestas a «Una vida mejor»

  1. Hola…impactado, conmovido, srnsibilizado de manera desgarradora…no se si el relato es litrariamente bueno, sé que me conmoviste…y ya mas sereno, admirador profundo de gente valiente como vos, pero no solamente la valentía del intento, que tiene mucho de desesperacion e inconsciencia…sino del ENORME coraje del después, de seguir creyendo en el amor, tus hijos dan fé…de,seguir,con esa sensibilidad tan a flor,de piel, de tener tanta PAZ en tu alma blanca…Salud luchadora de la vida, leona de adversidades feroces.. mis,respetos y profunda admiración que brota,del mas,sincero rincon de mi corazón…🙏😘🌹

    1. Gracias, Mario, por sensibilizarte así con el relato de mi «vía crucis». Como bien dices, el coraje del después es aún mayor… Hay que hacer acopio de mucho valor para continuar. Emigrar es siempre difícil (para unos más que para otros), desde que tomas la decisión y dejas todo atrás en una despedida que te rompe el corazón… luego el camino es difícil e incierto…
      Un abrazo grande. Gracias por expresar tu sentir. ❤️

  2. Hola, primero que nada esta bonito tu Blog ? es agradable y original.
    En mi opinión escribes con coherencia, buena gramática y ortografía. Me parece una lectura fluida en la que no encontré tropezones para disfrutar lo que me contabas.
    Me sentí conmovida! Empatice de inmediato porque soy inmigrante venezolana, apenas con siete meses en España. Es cierto lo que dices sobre cómo cuesta comenzar una vida lejos de la tierra en la que naciste y tienes a tu gente. Me vine con una maleta solamente. Tu historia es mucho más dura, una experiencia imposible de olvidar pero eres un ejemplo de lucha.
    Un abrazo y sigue creciendo en la escritura, vas muy bien. Escribes con sentimiento y eso es importante para llegar al lector.
    Besos y abrazos

    1. ¡Mil gracias Janna! Agradezco que hayas tomado de tu tiempo para leer mi Blog. Tu opinión es muy importante para mí.
      Espero que tu proceso de inserción a la sociedad española sea rápido y logres sentirte parte de ella y no una pieza rota que no encaja, como me ha pasado a mí. Pero sigo intentándolo.
      Valoro mucho tu comentario.

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